El huevo de Pascua

Publicado: abril 4, 2012 en Otras leyendas
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La tradición casi universal del Huevo de Pascua tiene una larga historia. Hoy, la costumbre es disfrutarlos en su versión de chocolate. Sin embargo, esta modalidad es bastante moderna.

Desde épocas remotas se asocia al huevo con la idea de fertilidad y nacimiento. Desde varios milenios antes de nuestra era, en las culturas mediterráneas, al principio de la primavera (en marzo) se hacía una fiesta de varios días, en la 1ª luna llena de la primavera, por el pasaje del invierno a la primavera.

Los huevos de aves, en especial de gallinas y patos, luego adornados con guardas coloridas, fueron tomados como símbolo de la continuación de la vida y estaban presentes en las celebraciones de Primavera desde mucho antes de la era cristiana.

En Egipto antiguo el huevo adquirió importancia a través del mito del Ave Fénix donde se la llamaba Bennu y fue asociada a las crecidas del Nilo, al a resurgir de la naturaleza y al Sol. El Fénix era un símbolo del renacimiento físico y espiritual, del poder de purificación del fuego y de la inmortalidad. Se le atribuía varias virtudes, como el don de que sus lágrimas eran curativas.

Decía el mito que el Ave Fénix moría y renacía con toda su gloria, que se quemaba en su nido y volvía a renacer a partir del huevo que lo había generado en un principio.

Un mito órfico griego decía que, la Noche -en forma de un ave de negras alas- fecundada por el viento, puso un huevo de plata en las entrañas de la oscuridad, y de allí surgió Eros, llevando lo que el huevo guardaba, el cosmos en su totalidad y con todas sus criaturas. También los hindúes sostenían que de un huevo se había generado el mundo.

Entre los antiguos Griegos, Persas y Chinos se entregaba como regalo en festivales conmemorando el advenimiento de la Primavera, un huevo decorado de múltiples colores. Se registra también en la mitología pagana en la que se hablaba del Pájaro Sol estableciendo lazos con la Tierra Huevo.

En el Judaísmo el huevo de Pascua aparece en el Séder pascual o Cena de Pascua, simbolizando el duro corazón del Faraón, que impedía salir al pueblo hebreo de Egipto.

Con el cristianismo, en el siglo II se consideró al huevo como símbolo evidente de la Resurrección de Jesús.

Ya en la Edad Media los huevos se coloreaban para ser regalados en Pascuas. Pero, la iglesia prohibió el consumo de huevos durante la Cuaresma al igual que la carne. Si, en cambio, permitió que se hiciera durante el Domingo de Pascua, como parte de los festejos o como regalo. El intercambio de Huevo de Pascua era un signo de regocijo, especialmente para los niños.

La costumbre de incluir un regalo, una sorpresita en los huevos regalados para Pascua, está documentada a partir del Renacimiento. En el S.XVI se le regaló al rey de Francia Francisco I una cáscara de huevo con un grabado que representaba la Pasión. Luis XV, en su tiempo, ofreció a su amante Madame du Barry un huevo decorado que ocultaba una estatuilla de Cupido, hecha por un orfebre de la corte.

El Papa Pablo V, en el S.XVIII bendijo el huevo en una de sus plegarias utilizadas en Inglaterra, Escocia e Irlanda, tal vez para olvidar la prohibición de consumirlos durante cuaresma.

La tradición de que los mayores escondan huevos decorados en los jardines o en las casas, continúa vigente, en muchos países. Para los niños la costumbre más divertida remite a la tradición según la que el Domingo de Resurrección, las campanas sueltan desde el cielo huevos de chocolate que  hay que buscar en la mañana de Pascua. Es común ver en las pastelerías campanas de chocolate, ya que recuerdan que ellas son las encargadas de anunciar alegremete la resurrección. Tambien conejos de chocolate  que simbolizan la abundancia y la fecundidad.

Otra leyenda nos cuenta que una pícara liebre-que después pasó a ser el conejo- es quien los esconde, para que los más chicoslos busquen y los encuentren.

Cita de Amor

Publicado: marzo 26, 2012 en Leyendas
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Ella era una angelical jovencita de largas y hermosas trenzas. Se llamaba Mariana. El, Alonso,  un apuesto joven muy trabajador en las labores del campo. Estaban profundamente enamorados y querían casarse.

Finalizaba el siglo XIX. Todas las tardes ella lo esperaba, sentada en una bardita baja que circundaba su pequeño y florido jardín.

Terminadas las labores, él corría presuroso a verla y allí platicaban y hacían planes. Sin embargo, éstos no podrían realizar pronto carecían de dinero suficiente para casarse y hacer su casita.

Cierto día, Mariana se asombró de verle rondar la casa en horas que no eran las habituales. El le explicó que había estado hablando con sus padres y que ellos le habían que se fuera a trabajar algún tiempo la extranjero y que estaba decidido hacerlo. Sólo así reuniría algún dinero y podrían realizar sus sueños.

Llegó el día  en el cual Alonso tenía que partir. Muy triste acudió al jardincito a despedirse de amada; hacerles promesas de amor y a repetirle que regresaría pronto. Ella le juró esperarle y le prometió que, el día que llegara,  la encontraría siempre en el mismo sitio de sus citas.

Con el corazón destrozado partió Alonso. Paso un año trabajando muy duro  y pensando constantemente en el día de su regreso.

Y, cuando consideró tener el dinero suficiente para la realización de sus planes, volvío.

Ni siquiera llego alas casa de sus  padres. Se dirigió primero a la de su amada . Su corazón le dió un vuelco emocionado cuando, a lo lejos, pudo distinguir la silueta de Mariana, esperándolo, sentada en la pequeña barda del jardín, con el vestido celeste  que a él tanto le gustaba.

Dejando en el suelo sus cosas, de puntitas y tratando de no hacer ruido, se acercó . Ella le daba la espalda. Sus hermosas tranzas brillaban con el sol  que ya estaba ocultándose. Al llegar  junto a ella, emocionado le abrazó , pero, al hacerlo, su júbilo se convirtió en miedo y en angustia. Aunque estaba seguro de haberla abrazado, no había sentido su cuerpo entre sus brazos y, al separarlos de ella, ya no estaba.

Lleno de zozobra entró a la casa. Allí encontró a los padres de Mariana llorosos y vestidos de luto.

Hacía ocho días que Mariana había muerto.

Sin embargo, su promesa estaba cumplida. Ella como lo había prometido, estaba esperándole en su cita de amor.

Hubo una época muy lejana en que la tierra solo conocía una estación: el invierno.
El frío era intenso, la nieve cubría llanos y montañas y las plantas no tenían colores: eran rugosas y opacas. Cierta vez los hombres partieron en busca de alimentos, que tanto escaseaban, y las mujeres se quearon cuidando el fuego.El cielo estaba oscuro, presagiaba tormenta.
Y así fue. Un trueno y luego, el viento y la nieve.

Los días pasaban y los hombres no regresaban. Los niños lloraban por sus padres y los abuelos por sus hijos. Las mujeres trataban de mantener la calma para no generar más malestar.
Una madrugada, cuando casi todos habían perdido las esperanzas, aparecieron en el horizonte los hombres. Extenuados, muertos de frío, ni podían contar las penurias que habían pasado en las cumbres. Pero había algo…algo que no podía dejar de contarse. No traían con ellos a Sumac, un adolescente valiente y noble, que se había perdido en las nieves.

La madre de Sumac, desesperada, corrió a la montaña mientras sus pies se enterraban en la nieve. Se escuchaba su voz llamando a su hijo: «¡Sumac, hijo! ¡Sumac!» Y así se perdió de la vista de todos.
Avanzó y avanzó hasta quedar rendida. Fue cuando entonces oyó la voz de Sumac. La desesperación agudizó su ingenio y pudo rescatar al muchacho casi helado. ¿Adonde lo llevaría?
El viento le habló, diciéndole: «Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo»
La madre, con Sumac en brazos, ascendió de una montaña a otra, y en otra y en otra más, pero el cielo estaba siempre tan alto…
El viento insistía: «Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo»

De pronto, un remolino la envolvió dejándola en la cumbre de un cerro altísimo. La mujer, cayendo de agotamiento, tocó las nubes que se abrieron como un gran cortinado. Un trozo de cielo del más puro celeste se fue agrandando. De él brotaron los rayos de un sol radiante, y deslizándose por ellos bajaron pájaros que poblaron la tierra de trinos y aleteos, mariposas multicolores llegaron hasta las plantas en busca de flores que acababan de nacer…El viento se transformó en suave y tibia brisa, se deshizo la nieve y el agua cristalina corrió en cascadas juguetonas.

Sumac volvía a la vida mientras su madre alzaba los brazos al cielo agradeciendo a Inti, el Dios de sus antepasados, el milagro de la primavera que nacía.
Cuentan que desde entonces después del invierno llega la primavera como madre amorosa, para poner su nota de calor, belleza y colores en los campos helados de la tierra.

LA HIJA DESHEREDADA

Lampazos siglo, XVIII

Lampazos de los Naranjos, N.L.

Del mismo señor de Sobrevilla nos ha quedado una preciosa leyenda que se escucha todavía en los labios de los ancianos. 

Refiriendose éstos, que el acaudalado minero tenía una hija, que por su belleza era el objeto de admiración de todos los mancebos de lugar. Su orgulloso padre, había concertado su enlace con el hijo de otro acaudalado minero, cuya fortuna era, sino igual, al menos digna de consideración. 

Por el amor, que nada sabe de fortunas ni de riquezas, hizo que la bella niña se prendara locamente del más pobre gañán, que desde muy niño pastoreaba los ganados de su padre. Por demás esta decir, lo dificíl que para ellos era verse. Uno y otro contentábanse con hacerlo desde la reja de su aposento alto hasta los rediles del traspatio o al asomar la aurora cuando él iba por la angosta calleja con su hato y ella cruzaba la plaza mayor, runbo al templo custodiada por su dueña.

Llegó por fin el día señalado para su boda con el rico pretendiente. Mientras todos los modadores de la regia mansión, alegres hacen los preparativos nupciales, ella vivía horas de angustia pensando en su infelicidad y, por fin, decidió escapar con su enamorado gañán, dejando defraudadas las aspiraciones del rico pretendiente, que ya veía acrecentada su fortuna con el enlace.

Pasó el tiempo. El padre admitió nuevamente a su hija en la señorial mansión. Más ya no fue, a partir de entonces la, niña objeto de los mimos de su padre. El ofendido señor de Sobrevilla no perdonó y dictó órdenes terminantes para que se le tratara como a la última de las esclavas.

No concluyeron allí sus enojos. Investido de su autoridad desterró al gañan a los remotos y, reuniendo a toda su familia, declaró, en presencia de todos, que su hija quedaría desheredada.

La ausencia de su amado y la pena de verse despreciada y humillada abreviarón sus días.

El día de su muerte, su íracundo padre, hizo que fuese tendida en el duro suelo de la pieza principal, vestida con lo más humildes harapos.

Abrió de par en par las puertas y colocó en el piso un plato de barro para que los piadosos vecinos arrojaran algunas monedas para enterrarla de limosna, como es fama que sucedió.

Los sucesores directos e indirectos de la rancia familia de Sobrevilla que por más de una centuria han habitado el viejo caserón, aseguran averla visto vagar por los pasillos hasta asomarse a la torneada reja de su alcoba.

Rodolfo el reno de la nariz roja

Una noche de diciembre en Chicago, hace muchos años, una pequeña niña saltó al regazo de su papá y le hizo una pregunta. Una pregunta muy simple, con su curiosidad de niña, pero que tuvo gran efecto en el corazón de Robert May, su padre. -Papa- dijo la pequeña Bárbara de 4 años – Porque mi mamá no puede ser como las otras mamás?- La mamá de la pequeña, Evelyn se encontraba muy enferma de cáncer, los 3 vivían en un pequeño departamento de solo dos cuartos y todo el dinero que Bobo ganaba lo usaban para los medicamentos y tratamientos de Evelyn, que yacía acostada en un pequeño sofá. La tristeza de Bob al escuchar la pregunta de su hija era muy grande, las vidas de los adultos suelen ser complicadas y se complican aún más con la inocencia de los niños, entonces, buscando una respuesta que quitara esa carga de su pequeña hija comenzó a inventar una historia tratando de responder.Bob sabía el significado de «diferente», desde niño había sido muy delicado y enfermizo, con la crueldad que permite la ignorancia los otros niños siempre se burlaban de él y no le permitían jugar con ellos, Bob era delgado, delicado y pequeño y sus compañeros de clase siempre lo hacían llorar con sus burlas. De adulto Bob tampoco fue muy feliz, tenía un trabajo mediocre, su esposa estaba enferma y los dos años que había durado su estado crítico lo habían dejado deprimido, triste y con muchas deudas. Aunque no lo supo en ese momento, Bob dió a su hija la respuesta que traería un milagro a su vida.

Esa noche fría de Diciembre, en Chicago Bob abrazó a su pequeña hija y comenzó a contarle un cuento.Rodolfo, el reno de la nariz roja Hace mucho tiempo, había un reno llamado Rudolph (Rudolf), el unico reno en el mundo que tenía una gran nariz roja. Naturalmente la gente le llamaba «Rodolfo, el reno de la nariz roja». Rodolfo estaba terriblemente avergonzado por su enorme nariz tan peculiar, los otros renos se burlaban de él, su padre, su madre y su hermana tambien sentían pena por la desdicha de Rudolph. Incluso él mismo se sentía muy apenado. Una noche en víspera de Navidad, Santa Claus estaba preparando su trineo, alistando a todos sus renos, Dasher, Prancer, Vixen y los otros para dar la vuelta alrededor del mundo, llevando regalos a los niños. Pero de pronto una terrible tormenta se desató y la neblina cubrió toda la tierra, evitando que los renos pudieran remontar el vuelo y Santa sabía que con tanta niebla no podría encontrar una sola chimenea. De pronto, Rudolph apareció para ver que sucedía, su gran nariz brillaba como nunca. Santa sintió que esa era la respuesta a su problema, así que llamó a Rudolph y lo colocó al frente del trineo, adelante de todos los demás renos, como líder.

Con esa gran nariz como guía los venados pronto remontaron el vuelo y Rudolph condujo a Santa a cada una de las chimeneas. Esa terrible noche ni la lluvia, los truenos, la nieve o la niebla pudieron detener a Rudolph que con su gran nariz roja iluminó el camino. Y

así fue como Rudolph se convirtió en el reno más querido y admirado de todos, esa gran nariz que un día lo hizo sentir tan mal, hoy era la envidia de todos en el mundo de los renos. Santa Claus les dijo a todos los renos que Rudolph había sido el héroe y desde ese día Rudolph pudo vivir sereno y feliz.

La pequeña Barbara sonrió contenta cuando su papá terminó la historia y cada noche desde esa vez, le pedía a su papá que le contara la historia de Rudolph como un arrullo para poder dormir. Luego Bob deicidó hacerle un cuento a su pequeña hijita cuando se aproximaba la navidad. Se puso a escribirlo como un poema y le puso algunos dibujos muy simples, luego lo adornó como si fuera un libro, para darselo como regalo a su hija.

Noche tras noche Bob trabajó en los versos porque quería que su hija tuviera un regalo valioso, lo poco que él pudiera hacer no era suficiente, ya que no tenía dinero para comprarle nada. Una noche, mientras Bob daba los toques finales al poema de Rudolph, la tragedia entró a su casa, Evelyn se puso más grave e irremediablemente murió. Bob, más triste que nunca y con todas las esperanzas rotas se hizo fuerte para no caer frente a Barbara, apoyándose en esa idea se sentó en su solitario departamento y volvió a trabajar en Rudolph con lágrimas en los ojos.

Cuando Barbara lo recibió se emocionó tanto que loró de alegría sosteniendo con gusto el hermoso regalo que su padre le había hecho con sus propias manos, su regalo de Navidad. Luego Bob fue invitado a la fiesta de celebración de navidad de los empleados, él no tenía ánimos para ir, se sentía deprimido y más solo que nunca, pero sus jefes le insistieron. Cuando Bob aceptó, llevó con él su poema de Rudolph y en la fiesta lo leyó a los invitados. Al principio la muchedumbre ruidosa lo escuchó entre risas y comentarios burlones, pero luego se quedaron callados y al final rompieron en un aplauso espontáneo.

Eso fue en 1938. Por la navidad de 1947, cerca de 6 millones de copias del libro habían sido regaladas o vendidas, haciendo de Rudolph uno de los libros más distribuidos en el mundo. La demanda de productos de Rudoplh se incrementó en muchos sentidos, cada día más productos nuevos con la imagen de Rudolph eran vendidos y la gente solicitaba aún más. Los historiadores predijeron que Rudolph tendría un lugar especial en las leyendas de Navidad. Y así fue… A través de todos los años de infelicidad y amargura y la muerte trágica de su esposa, Bob ha conseguido la calma, recordando siempre con agradecimiento la noche en que su hija pequeña de 4 años le hizo una pregunta que lo llevó a un milagro.

La flor de navidad

La Poinsettia es una planta que crece salvaje en México y la llaman «Flor de la Nochebuena» porque sus hojas, verdes, cambian de color en Diciembre volviéndose rojas. En 1830, el botánico Joel Roberts Poinsett, la catalogó y se empezó a cultivar en los Estados Unidos como planta decorativa.

El motivo de que una planta de hojas verdes cambie su color en el mes del Nacimiento del Señor, nos lo cuenta esta leyenda

Era costumbre en México que los fieles llevaran algún pequeño regalo que ofrecían al Niño Jesús durante la misa de Nochebuena.

Un muchachito llamado Pablo, se sintió muy triste cuando esa noche no pudo unirse a los demás para obsequiarle alguna cosa al Niño. Era demasiado pobre y no tenía nada que ofrecerle.

Se sentía tan triste por no tener nada que dar al Niño Dios que se escondió en un rincón de la Iglesia y, arrodillado, lloró amargamente. Las lágrimas resbalaban por su cara y caían al suelo de la Iglesia.

De pronto, ante sus ojos, una preciosa planta empezó a crecer. Sus hojas eran de un rojo encendido estaban dispuestas en forma de estrella y en el mismo centro, un manojito de menudas flores amarillas la inundaban de luz.

Pablo supo que aquel era el regalo que Dios le enviaba para ofrecer a Su Hijo recién nacido y feliz como nunca, depositó aquella estrella preciosa a los pies del Pesebre.

Así dicen que pasó, y que es desde aquella noche que la poinsettia se vuelve roja en Navidad.

Barrio de las Tenerias

Suena el toque de queda. Por el barrio de las Tenerías, caminaban apresuradamente, los que tarde vuelven al hogar. Cruzan ese barrio deseando llegar cuanto antes a sus casas y sin atreverse a confesar el temblor de espanto que sienten al pasar por allí.

 A lo lejos, el grito del centinela se antoja escalofriante. Envuelve al barrio un ambiente de trajedia que se adentra hasta las mismas humildes viviendas.

 Cuentan los encillos vecinos, con misterio y con horror, que el diablo noche a noche pasea por aquel rincón de la ciudad, dejando a su paso un penetrante olor a azufre.

 Por eso es, que apenas oscurece, las puertas son atrancadas, las familias se recojen y sólo rompe el silencio la voz del sereno.

 Una oscurisima noche cuando el vigilante gritaba: ¡Las doce y sereno………! los vecinos del lugar, oyeron espantados los gritos desesperados pidiendo socorro; pero todas las puertas permanecrion cerrdas nadien abrió la suya al infeliz que demandaba ayuda, y el grito perdio en el silencio de la noche.

 Al día siguiente, apenas amaneció, un abriego que se encaminaba al cercano laborío, se encontró con un hombre , que inconsiente, yacía junto a una cerca. S acercó a él para auxiliarlo y cuando y cundo volvió en sí le conto que: “trasnochador y mujeriego, venía en busca de nuevas aventuras, cuando al paso le salio un hombre envuelto en negros ropajes. En su cara, horrorosamente fea brillaban como centellas sus ojos y dejaban ver dos largas y delgadas piernas y que, teniéndolo tan cerca de él , sobrecojido de terror, logró sacar el cuchillo que siempre llevaba al cinto y lo había hundido varias veces en el pechode aquel extarño ser, sin herirlo y sin lograr que se alejara, hasta que, no pudo resistir por más tiempo las centellantes miradas que lo cegaban perdió el conocimiento”.

 Muchos de los vecinos aseguraban haber visto el mismo diablo paseando por el aquel lugar . Desde entonses se conose a ese barrio de Monterrey con el nombre de el Rincón del Diablo.

Monterrey, siglo XVIII

Uno de los argumentos mayor socorridos por la imaginación popular, es el de los pasadizos subterráneos.

El folklore mexicano, en este aspecto, conserva innumerables leyendas de intrincados laberintos y de túneneles misteriosos que comunicaban conventos y catedrales, palacios y refugios de saltadores.

La fantasía del pueblo hace transitar por estos oscuros verícuetos a monjas y frailes; caballeros y damas encumbradas; espadachines y bandoleros; no siendo pocos lo que pasan por allí carrozas y literas de un sitio a otro no siendo distante que fuese, sin obstáculo alguno y libres de las miradas indiscretas.

Monterrey cuenta, merced a esta prodigiosa inventida popular, con varios pasadizos subterráneos.

La tradicion a taladrado el durisímo suelo de la cuidad, unas veces del antiguo Palacio Episcopal, ( En la esquina Noreste de Morelos y Zaragoza ocupada ahora por la Gran Plaza), ala Catedral; y otras, de esta misma iglesia hasta la esquina del Convento de Las Madres del Convento Encarnado, actual Escuela Secundaria n°1.

Pero el del mayor fama es, indudablemente, el del Obispo Verger sobre la loma de Chepe Vera.

Muchos son los que afirman, que es tan amplio, que el carruaje del obispado lo recorría sin dificultad alguna y que tenía comunicación con el convento de las Monjas del Verbo Encarnado y con el Palacio Episcopal.

Los curiosos estudiantes de secundaria, escudriñando por los viejos muros de su vetusto plantel han visto no pocas veces, cierta lápida misteriosa que cubre la entrada a este pasaje legendario. De igual manera los visitantes del Obispado, antes de su restauración, situaban el acceso al túnel en cierto enigmático hundimiento en el piso del oratorio.

También pudieron verse, al edificarse en la misma de Morelos y Zaragoza, ya citadas, antiquísimos arcos de ladrillo a una profundidad que reafirmó aunque sin confirmarla, la existencia del misterioso túnel del Obispado.

Minientrada  —  Publicado: diciembre 5, 2011 en Leyendas coloniales
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La tradición religiosa en Nuevo León establece comunidad de origen para tres Cristos veneradisimos en el noreste: el de la Capilla, de Saltillo, el de Tlaxcala, de Bustamante, y el de expiración de Guadalupe. La piedad popular asegura que,”los tres cristos son hermanitos” .

Las fiestas titulares de los tres cristos coinciden, con ecepción del de Guadalupe con tres dias de diferencia. Los dos primeros son festejados el 6 de agosto el de la expiración el dia 9.

Sin precisar la procedencia, se afirma que venían en tres grandes cajas, formando parte del cargamento de una recua numerosa y que, en alg{un del camino se separarón para llegar al sitiio en que actualmente son venerados.

La historia, sin embargo , se ha encargado de dilucidar el origen de los primeros. El histiriador Vito Alessio Robles, siguiendo los datos que consigna a el padre Lucas de las Casas en la Novena del Cristo de la Capilla, en su edición de 1772, asienta que esta imagen fue traída ala capital de Coahuila en 1688.

Sólo el origen del Señor de Tlaxcala, existe el contratro celebrado entre la india Ana Maria y el pueblo de Tlaxacla , en 1715, para cederles el Cristo que habían traído ella y Bernabé, su marido, al entrar a poblar en el Real de las Sabinas en 1688.

Solo el origen del Señor de la Expiración no ha sido precisado y pertenece ala leyenda.

La versión, transmitida a través de la generaciones, asegura que una mula -otra versión dice que un asno cargada con una enorme caja llegó ala primitiva capilla del pueblo de Guadalupe.Con el hocico hizo sonar la campana. Españoles e indios acudierón y, al no encontar rastro alguno del duño de la bestia la despojarón de la caja, la abrieron y se dieron cuenta de que contenía la devota imagen del Señor Crucificado. La introdujeron ala capilla y al salir vieron ala bestia, muerta junto la puerta, donde la sepultaron .

Desde entonces,sin precisarse año algunopero sí desde los primeros de la función religiosa y con feria en la plaza. Anualmente tambíen ha sido sacada la imagen en proseción por las calles del lugar, concentarndo a una enorme muchedumbre de devotos.

Es fama que “cuando no quiere salir” del templo, la magen “se hace pesada “ y ni el mayor número de integrantes de la Hermandad del Señor logra levantarlo.Es fama tambíen que en tiempos de sequía era llevado a Monterrey a solicitud del Ayuntamiento de la Ciudad o del Gobierno de Nuevo León, a fin de implorar la lluvia, que nunca se hizo esperar. Como tampoco se llegó el templo después de la procesión, sin haberse mojado los asistentes por el aguacero.

En los últimos años del gobierno de Don Martín de Zavala, muerto en 1664, hubo fuertes alzamientos de los indios. Los de la parte norte de Cerralvo hasta la ribera del Río Bravo, eran los más hostiles. Daban el albazo en los lugares indefensos y los dejaban sin caballos ni ganado.

Al fin de aplacarlos se organizaban compañias que salían a perseguirlos. Con ese propósito fue improvisada una que salió de Cerralvo por el rumbo del Alamo, a cargo del capitán Alonso de León.

Empezó a lloviznar y los soldados hicieron alto en el lugar más conveniente para pasar la noche. Conforme a las reglas de la milicia fueron designados los que habían de velar por los turnos.

Tocó al soldado Felipe de la Fuente, mestizo, formar parte de la guardia «de prima». Así él como sus compañeros estuvieron al pendiente del menor movimiento que se sintiera entre le chaparral. Muchas veces los alarmó el paso fugaz de un venado, o el de un coyote. Otras, el cantod e algún ave nocturna, teniendo que discernir si lo era en realidad o si se trataba de los indios, que solían imitarlo a la perfección.

Pero esa noche hubo otro inusitado motivo de alarma. La espada de Felipe de la Fuente, que traía en la cinta, desenvainada, «comenzo a arder». La hoja «se fue poniendo colorada desde la punta en adelante, en la forma como cuando los herreros sacan de la fragua algún hierro para batir el yunque».

En la oscuridad de la noche, la luz de la espada ardiente se hacía más intensa. En vano el mismo soldado y sus azorados compañeros intentaban apagarla entre los dobleces de sus capotes, húmedos por la llovizna.

Lo que más les maravillaba era que no desaparecía el color del fuego y que, en cambio, el acero estuviera completamente frío.

El extraño suceso, relatado por el cronista Juan Bautista Chapa, duró «por espacio de casi una hora». Los soldados que hacían la vela y los que despertaron el ruido producido en los intentos de apagarla, comentaron, como testigos, emitiendo encontradas opiniones.

El mismo cronista averiguó más tarde que la espada había pertenecido al difunto gobernador Martín de Zavala, discurriendo que pudo haber sucedido lo que sucedio por haberla traído «el soldado más íntimo de la compañia» y porque «se debía haber hecho más estimación de ella».